Por Dacxilia Deras
No puede transcurrir el verano sin que se presente en nuestra mente la idea de caminar por la arena, sentir el sol y disfrutar la brisa del océano. El hecho de que sabemos que es transitorio nos hace querer aprovechar cada momento del calor que nos restaura la vida, los átomos y hasta el alma.
En esas andanzas, me integro junto a mi familia al ritmo popular de buscar un espacio y hacerlo mío ante el imponente mar. Llegando a la playa de todos y de nadie llamada Rockaway Beach, en Queens, extendemos sobre la abrupta arena algo para poder estar mas cómodos, un telar del tamaño de una cama matrimonial que resulta ser como una combinación entre toalla y sabana multicolores, la cual podría ser un lienzo por si misma, al fin y al cabo, lo que importa es tener la apariencia adecuada para las vistas ajenas, pues podría sentarme en la arena meramente, y a nadie quizás le importaría, como suele ser por acá.
Como es costumbre, no falta la música a lo lejos, el que baila, el que grita y canta , los niños haciendo sus castillos en la arena, alguna mascota deambulando, el grupo de niños enterrando vivo a un padre valiente en medio de risas de juego y jeringonzas incomprensibles, y más cerca a mis pies, tenemos con frecuencia visitantes especiales, unas ágiles gaviotas que parecieran llevar un atuendo elegante como chalecos de lino, se muestran muy ávidas y dueñas del terreno, con osadía no dudan en acercarse lo más que puedan, en la búsqueda de sobras de comida, otras adornan el cielo en bandadas sobre nuestras cabezas como aviones de antiguas guerras haciendo su mejor maniobra.
Me veo rodeada de diversos colores, pienso que desde el cielo la vista ha de ser como una paleta de pintor con múltiples círculos de pinturas, listos para usarse en su obra. ¡Vaya! no he traído sombrilla, seré una manchita indefinida en medio de todo esto. He venido con la disposición de que el sol que se despide después de las cuatro de la tarde me traspase hasta el tuétano.
Aun así, con todas las distracciones habidas y por haber, mi mente o mejor dicho mi espíritu encuentra un momento para pensar en algunas ideas sueltas que van buscando las corrientes de sílabas que nacen siguiendo el vaivén de las olas, cuando mis pies besan el imponente mar.
Ya todo lo demás, que parecía ensordecedor desaparece, y solo soy yo, el mar y la poesía.
Ahora parece todo transformarse en cosas muy distintas y distantes, veo lo mejor de todo, la magia de estar aquí, mis sentidos se expanden, y puedo decir que ha nacido un poema:
[1] Imagen Ilustrativa
Susurros del Mar
Se acallan los estruendos urbanos,
los bullicios del pasado, y la nostalgia
de lo imposible, ante el infinito mar
¡ Qué pequeños somos!
Los indefinidos ayeres de las mentes
inocentes, maduran acercándose a
la melancolía.
Como olas de este gran eterno azul celeste
son los deseos de la juventud.
Los ecos de las voces de aquellos que soñaban
se quedaron sonando entre las algas que
formaban arpas.
Ahora, las lánguidas ondas marinas nos besan
los pies al atardecer.
Sobre la desplayada arena con brillantina,
se escucha el susurro de los poetas,
disfrazando el grito,
que ahora es la brisa marina
que acaricia el cabello de las musas.
Por Dacxilia Deras
Fotografías por Dacxilia Deras
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Cita Bibliográfica de imagen
[1] Unnahar, 2018
Fuentes Bibliográficas
Unnahar, N. (2018). Find Your Voice. New York: Penguin Random House.
Soy escritora, consultora editorial y artista si deseas saber más de lo que hago visita www.dacxiliaderas.com
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